miércoles, 4 de mayo de 2016

La libertad económica

  Muy buenas a todos de nuevo. Como ya indiqué en mis últimos posts, el trabajo que comencé el año pasado me absorbe más tiempo del que me gustaría. Con lo cual he tenido que dejar algunas de las actividades que me gustaba hacer. Escribir en este espacio ha sido una de esas actividades. Hoy me siento de nuevo con un poco de tiempo libre que compartir con vosotros y me he decidido a volver a escribir.

  Hoy he leído un artículo de Juan Ramón Rallo en el cual este economista contrapone la manera de ganar dinero de Amancio Ortega por un lado y del Estado por el otro. Me parece un artículo correcto y aunque quizá un poco simple muy acertado. Tras leer el artículo me he dirigido a la parte de los comentarios de los lectores. Como es muy habitual, esta sección, parecía un partido de fútbol con dos aficiones lanzándose dardos. Los del ala izquierdista diciendo que el artículo de Rallo no eran sino propagadas neo-liberales y por otro los que de una manera u otra estaban más o menos de acuerdo con el economista y salían en su defensa atacando a los primeros. No hay mucho más que rascar en este aspecto.

  Lo que me ha llamado poderosamente la atención es que ni unos ni otros se molestan en argumentar por qué creen que su visión es más correcta que la del contrario. Solo se reduce el hipotético debate, a las descalificaciones. Y para tratar de poner un poco de luz "liberal" en el asunto me he decidido a escribir un poco sobre lo que yo creo que es una economía liberal y por qué puede dar mejores resultados que cualquier economía dirigida, tanto de izquierdas como de derechas.

  Para empezar diré que uno de los argumentos que se suelen esgrimir contra el libre mercado es que sin la regulación del Estado estaríamos a la merced de las grandes corporaciones que harían con nosotros, los pobres ciudadanos, lo que quisieran. Nos explotarían como trabajadores y nos abrumarían como clientes. Una cosa que yo creo nunca se han planteado estos mismos detractores es si sería posible, siquiera, que existiesen grandes corporaciones en un estado libre real. En teoría, las grandes corporaciones se benefician de las economías de escala para ahorrar costes y así maximizar beneficios. En este sentido el tamaño importa, pero no todo son bondades cuando aumenta el tamaño. El aumento de tamaño hace necesarias estructuras más elaboradas, sistemas de comunicación entre departamentos más eficientes y seguros, lo cual llegado cierto tamaño, simplemente no ocurre. Sé de grandes empresas en las cuales información vital no llega a los órganos de dirección simplemente por que los jefes intermedios adornan los resultados o las operaciones para hacerlas parecer más digeribles o menos malas a ojos de la dirección.

  Lo cierto es que el aumento de tamaño crea un aumento de complejidad operacional y de pérdida de información vital para las mentes pensantes de las empresas lo que se traduce indefectiblemente en pérdidas operativas. Una empresa más pequeña o mejor organizada podría simplemente dar un mejor servicio o producto y hacerse con buena parte del mercado. En mi humilde opinión la competencia haría que el tamaño de las empresas tuviera un techo. Este techo posiblemente sería dinámico dependiendo de las circunstancias particulares de cada momento económico, pero pasado el cual, la empresa en cuestión perdería competitividad y acabaría perdiendo cuota de mercado ante sus competidores.

  Por que no pasa eso hoy en día? Por que en realidad no tenemos una economía libre. Las grandes empresas se hacen gigantescas debido a las facilidades de financiación generadas por nuestros bancos centrales y a que una vez que tiene cierto peso, los lobbies de las mismas y las financiaciones de partidos les permiten quitarse competencia de encima y así ser rentables a pesar de su tamaño. De hecho, yo diría que hoy en día el principal motivo por el que las empresas buscan hacerse gigantescas es para poder influir en aquellos que ponen las reglas.

  En un estado puramente libre y que tuviese un set de reglas fijo o relativamente fijo (no como el actual que cambia a rito de miles de normas al año) y comedido, fomentaría la aparición de nuevas empresas que copiarían y mejorarían los procesos de las antiguas y harían una competencia feroz que evitaría que se hiciesen mastodónticas. Alguien me dirá que para empresas que no sean intensivas en capital si podría ser el caso, pero no para las grandes manufactureras que necesitan grandes cantidades de inversión. Yo no estoy de acuerdo en este punto tampoco. Y como ejemplo podré la industria aeronáutica que conozco un poco más. En los años 70 y 80 en pleno proceso de desarrollo de los que ahora son los actuales reactores comerciales, cuando se requería gran cantidad de inversión, la cantidad de fabricantes de aeronaves era ingente. Y todos tenían su hueco de mercado. Hoy en día, tras cientos de fusiones y adquisiciones, tan solo quedan dos grandes empresas y algunas otras pequeñas que no pueden  competir con estas dos.

  Resumiendo, desde mi punto de vista, el libre mercado evitaría las grandes corporaciones. Aun más si no existiese ninguna ley de patentes.

  Otro punto que se suele tocar es el de lo bien que los dirigentes usan los dineros recaudados vía impuestos. Es curioso que ante el gran aluvión de ejemplos que tenemos todos los días en los noticiarios sobre cómo nuestros dirigentes han gastado nuestro dinero, la gente todavía siga viendo al Estado, como una especie de ente neutro que solo quiere el bien de sus ciudadanos. El Estado, por mucho ente abstracto que nos empeñemos en pensar que es, está compuesto por personas. Lo dirigen personas. Personas cuyos objetivos y preferencias en la vida pueden estar diametralmente opuestas a las de la mayoría del pueblo que se supone representan. Los casos de corrupción no son más que simples ejemplos. En todos los partidos. Incluso los nuevos.

  Y es todavía más sorprendente que la gente seamos todavía tan ingenuos de pensar que esto no es así. Más todavía cuando ha sido así toda la vida. Desde que el hombre es hombre ha tenido líderes que han puesto las normas que regulaban la vida social. Y desde que el hombre es hombre estos líderes han vivido mejor que la mayoría y han favorecido a un limitado grupo de personas privilegiadas, normalmente en detrimento de la mayoría. Eso siempre ha sido así. Y permitanme decirles, aunque no sepa predecir el futuro, que así seguirá siendo.

  Por tanto, el objetivo del pueblo, o mejor dicho, de la mayoría sería el de buscar un sistema de Estado en el cual el peso del mismo sea el mínimo posible. Pues de otra manera lo más seguro es que acabemos padeciendo las arbitrariedades del gobernante de turno. Cuanto menos puedan decidir los gobernantes mejor.

  Toda teoría política, sea de izquierdas, de derechas, de centro o liberal, es muy bonita sobre el papel. Y es maravillosa si se cumpliesen una serie de condiciones previas que rara vez se cumplen. Y es que se suele pensar en que los gobernantes son "neutros". Se cree que estos gobernantes solo piensan en el bien común. Pero rara vez es así. Así que ninguna teoría política es superior al resto, pues aunque todas buscan el llegar a una sociedad mas justa e igualitaria, unas y otras pecan del mismo error. Los gobernantes suelen tener su propia agenda y rara vez está alineada con la mayoría. No porque sean malas personas. Simplemente por que son personas. En mi humilde opinión, da igual quien pongas a gobernar. Los seres humanos, en lo esencial, quitando ciertos aspectos culturales somos todos iguales. Y por tanto se puede esperar que todos, o mejor dicho casi todos, actuemos de manera muy similar ante situaciones iguales. Hay honrosas excepciones, como no, pero son eso, excepciones.

  Desde este punto de vista las teorías liberales al menos, abogan por un Estado con competencias muy reducidas de manera que no tenga poder de decisión en temas de importancia vital para la mayoría. Pero aun así, seguro que con el paso del tiempo se degradarían hacia sistemas más y más sobre regulados y donde el gobierno tiene más importancia. Casos históricos claros son el de Inglaterra en el siglo XIX o el más claro y reciente de los Estados Unidos entre el siglo pasado y en lo que llevamos del actual.

 El debate sigue abierto cientos de años después de que se iniciara. Y probablemente no se cierre mañana mismo tampoco. Pero creo que vale la pena, cada vez que tengamos oportunidad de debatir que lo hagamos usando argumentos, no descalificaciones. No estamos en un partido de fútbol ni somos forofos de ningún equipo. Ni siquiera están bien las descalificaciones en el estos ambientes, aunque hoy por hoy están bien vistas. El debate nos ayuda a avanzar. Las descalificaciones nos frenan. Un saludo


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